30 de abril de 2012

¿Cuándo debo comer?

¿Cuándo debo comer?
Por REDACCIÓN SEDE 2012

¿Cada cuánto tiempo deberíamos comer?



En los tiempos actuales nos encontramos con un ritmo de vida determinado por el trabajo, los hijos, los estudios, etc., que producen un alto desgaste y que puede ser notoriamente negativo si no atendemos adecuadamente nuestra alimentación.

En situaciones de mucho ajetreo, el “qué” comer puede ser, de por sí, irrelevante: un “bocado rápido” a veces se repite más veces de las que nuestro cuerpo quisiera. Si a ello le sumamos un ritmo inconsistente (un día se come a las dos de la tarde, otro a la salida del trabajo con un “pinchito” como alivio, a veces apenas se desayuna, etc.), llegará un momento en el que el cuerpo empiece a dar señales de deterioro: fatiga, dolores de cabeza, falta de concentración, irritabilidad, problemas digestivos, etc.
Como “parche” se comienzan a tomar vitaminas o suplementos energizantes, que pueden ayudar a pasar la “tormenta”, pero que no resolverán el problema de fondo, ya que la maquinaria de nuestro cuerpo necesita combustible específico para funcionar adecuadamente y una gestión eficaz de sus procesos para mantenerlo.

Imaginemos a nuestro cuerpo como un coche que necesita recorrer 2.000 km. Evidentemente, en algún punto tendrá que repostar combustible para cubrir esa distancia, ya que su autonomía es mucho menor que la distancia a recorrer. A nadie se le ocurriría siquiera intentar realizarla sin atender a las indicaciones de bajo carburante. O, sabiendo que le queda combustible para 100 km, intentar hacer 200 km. Lo prudente y lógico sería repostar, y no ir “a bajo rendimiento”, teniendo en cuenta la penalización de tiempo, y el esfuerzo o problemas que supondría no poder cubrir esa distancia.
Este mismo “sentido común” que aplicamos al uso de un coche, es aplicable (salvando obviedades) a la gestión energética de nuestro cuerpo, a la que deberíamos darle la importancia que se merece. Se trata de nuestra calidad de vida.
En el caso del coche, éste se provee de gasolina, electricidad, gas, etc. En nuestro caso, el combustible son los alimentos.

Entonces, ¿cómo administrar el “combustible”?
Como regla general, se proponen cinco comidas al día (tres principales y dos de tentempié/snack). Se consideran comidas principales al desayuno, comida (“almuerzo” en países de Latinoamérica) y cena; y tentempiés o snacks a media mañana y media tarde.
Las comidas principales deberían contener todos los tipos de alimentos: carbohidratos complejos (verduras, granos integrales...), proteínas (carnes magras, legumbres...), y en menor medida, carbohidratos simples (frutas...) y grasas.
Los snacks o tentempiés no deben ser tan cuantiosos como las comidas principales, y deberían tener un contenido reducido de carbohidratos simples y grasas.
Existen otras alternativas de administración, pero la propuesta es sencilla de seguir y efectiva a nivel metabólico para la mayoría de las personas.

Se puede establecer una rutina de comer cada 3-4 horas, que es el tiempo que le lleva al cuerpo digerir completamente una comida. De esta manera, es posible establecer un ritmo metabólico, importante para mantener al organismo en funcionamiento y favorecer los procesos vitales, mantener los niveles de azúcar e incluso la quema de grasas y gestión de desechos (especialmente para personas que padecen de estreñimiento).
Al establecer este ritmo, el cuerpo “aprende” qué hacer y “cuándo” hacerlo. Cuando no existe un ritmo, el cuerpo está “desorientado” y se genera un desequilibrio, que fácilmente lleva a almacenar carbohidratos como reserva (grasa) en lugar favorecer una correcta administración, pedir más comida de la necesaria, etc.

Aunque suene sorprendente a primera vista, comer cada 3 o 4 horas se adapta a la mayoría de las rutinas de vida.
Por ejemplo:
Desayuno: 8 hs
Tentempié media mañana: 11 hs
Comida:  14 hs
Tentempié tarde: 17 hs
Cena: 20 hs

No es saludable pasar largos períodos sin consumir alimentos, ya que el cuerpo entrará en estado de déficit. La consecuencia inmediata es la ralentización del metabolismo, con la que el cuerpo se preparará para consumir energía de los músculos si fuera necesario (perdiendo así masa muscular) y a guardar como reserva lo que posteriormente se ingiera, tendiendo a preservar lo que haya de tejido graso como forma de energía.
Por lo tanto no es una estrategia recomendable a nivel de salud o nutricional, además de que los efectos “visibles” son “efectivos” (únicamente como de pérdida de volumen) sólo a muy corto plazo, ya que producirán el famoso efecto “rebote” por lo mencionado anteriormente.

Por ello, comer sano, de forma moderada y respetando sus horarios, es un esfuerzo que nuestra salud notará de forma inmediata y a largo plazo.
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